miércoles, 18 de mayo de 2011

LA FIESTA, EL PERRO Y EL HOMBRE DE MI CAMA



Sueño 1)
Estaba en una fiesta de gente muy elegante, intentaba coger dulces de una bandeja pero se me desmoronaban en las manos.. comenzaron a hacer un tren para bailar, me uní al tren y de repente estábamos en un paisaje exterior..yo andaba descalza por el campo y vi a mi perrita Luci que huía de dos perros agresivos, lance piedras a los perros pero no le tocaban las piedras, tomé en brazos a Luci y a gritos asuste a los perros. La lleve en brazos al veterinario para curarle las heridas de su cara.
Sueño 2)
Dormia en mi cama, cuando sentí que un hombre cubierto con una manta estaba sentado al borde de mi cama llorando.

-¿Y esas lagrimas?
-Son por haber roto 4 años de buena amistad
-Nadie es perfecto

Miré su expresión turbada que miraba hacia su derecha.
Yo me preguntaba que hacia un hombre en mi cama a esas horas.

Durante todo el sueño estaba segura que era una situación real.
Me desperté y lloré.


lunes, 9 de mayo de 2011

VIVENCIAS DE LA EXPERIENCIA



Pasar de la dispersión al centra miento, así de sopetón como se hace en Luz Serena, es un DEPORTE DE RIESGO, donde ponemos en peligro no nuestro cuerpo, sino nuestro ego, y eso duele mas que romperse una pierna.

Es por esto que si a la mañana siguiente de llegar al Templo, te asalta la idea de salir huyendo, es lo normal, esa es LA MENTE, que fundamentalmente para lo único que la usamos es para huir de eso que nos asusta.

Si eres capaz de completar el segundo día de estancia, es posible que incluso te plantees quedarte una temporada mas larga.

En mi caso, que llegue con la mente bastante espesita, el estar pendiente de tantísimos detalles, me liberó de los pensamientos negros que me tenían loca desde hacia ..bastante tiempo. Eso por una parte, por otra, la practica de conciencia que se realiza en todas las actividades, me permitió ponerle la jáquima a la yegua, que andaba desbocada y sin control por la campiña jerezana.

Zazen permite reconciliarme con mi autentica naturaleza. Nada me hace sentir tan bien, porque me permite mejorar todas mis capacidades y descubrir muchas otras sin tener que demostrar nada, simplemente siendo.


viernes, 6 de mayo de 2011

EL PRANA DE LA COMIDA



Creo que hemos olvidado que la comida fundamentalmente nutre, alimenta y sana nuestros cuerpos.
Y que es sobre todo eso, fundamental.
Cuando esperaba sentada en actitud de meditación delante de mi cuenco, a que viniera la comida, pude observar muchos sentimientos de rabia, de angustia, de impaciencia..  como no podía hacer mas que respirar..respiraba y ajustaba mi postura con mucha atención, dejaba caer la tensión de mis músculos ha la planta de mis pies que mantenía en contacto con el suelo.
Una vez el cuenco lleno, aparece la avidez.. me doy cuenta que al deshacer ese sentimiento..  y acto seguido agradecer y ofrecer los alimentos con los Sutras..  las palabras que pronuncio aportan al alimento PRANA (un pensamiento cargado con una intención), CONCIENCIA.
Las tres primeras cucharadas son cruciales: 1ª para DESHACER EL MAL 2º para FORTALECER EL BIEN, y 3º para EL BIENESTAR DE TODOS LOS SERES.
Desde entonces las tres primeras cucharadas de todo lo que tomo lo hago con esta conciencia. Y parece que me sacia muchísimo mas. 

TALLER DE COCINA ZEN


TALLER DE COCINA ZEN


impartido por Miguel Angel Rodríguez 
del 24 al 26 de Junio 2011 
en el templo zen 
Luz Serena 

No hay nada más íntimo que el aire que respiramos y los alimentos que nos nutren. Ambos crean nuestro cuerpo. La comida aporta los nutrientes, vitaminas y minerales, y el oxígeno es el combustible que permite la conversión de estos en actividad y estructura. 

En la recitación previa a las comidas se dice: “Esta comida de tres virtudes y de seis sabores nos da un buen estado físico y espiritual para seguir en la vía de la práctica pura.” No es gratuito, todos hemos experimentado lo que es una comida pesada y que sienta mal, pero pocas veces somos capaces de identificar la comida más apropiada, la que tenga los elementos justos para favorecer y potenciar un estado de atención y presencia.

El Budismo, desde los primeros escritos y a lo largo de su historia ha puesto a la preparación de las comidas para los monjes y practicantes en el puesto que le corresponde por su importancia para la práctica. 

En este seminario se pretende mostrar de qué manera el tenzo (responsable de la cocina en un templo zen), mediante su propia práctica hace que esas tres virtudes y esos seis sabores estén presentes. Se mostrará una forma de cocinar, no un mero mezclar ingredientes más o menos caros o baratos para conseguir resultados más o menos sabrosos. No, sólo se enseñará a cocinar. Basta con saber cortar los alimentos, lavar las verduras, remover las sopas o servir los cuencos en un estado de completa entrega para que la lechuga más humilde compita en belleza y brillo con el manjar más exquisito del mejor restaurante. 



Estructura del taller. 
El taller será teórico-práctico, alternando las enseñanzas con la función de cocinar. 
Está pensado para aquellos practicantes que quieran acercarse al espíritu y la forma de cocinar los alimentos en la tradición zen, según las enseñanzas del Tenzo kyokun del maestro Eihei Dôgen. 
La comida y cena del sábado, así como el desayuno del domingo serán en cuencos oryoki. 
Programa. 


Enseñanzas: 
- Sobre el espíritu y la función del tenzo y la cocina de un templo. 
- Funciones del tenzo, organización de la cocina, trabajo de los ayudantes, criterios para la elaboración de menús, utensilios en la cocina, forma de limpiar los alimentos, corte y empleo de los cuchillos, formas de preparación de alimentos. 
- Elaboración de los menús de un retiro, de un seminario y de una actividad y preparación de la lista de la compra. 
- Gestión de la despensa, saneamiento de alimentos y conservación. 
Prácticas: 
- Preparación de la comida y de la cena del sábado. 
- Elaboración de genmai, tsukemono y gomasio
- Preparación de la comida del domingo. 

Requisito: 
Cada participante debe traer su propio cuchillo de cocina 







El taller será impartido por Miguel Angel Rodríguez, (Llanes – Asturias, 1962), discípulo del maestro Dokushô Villalba desde 1994, instructor de meditación zen, responsable del Centro Zen de Zaragoza, ingeniero industrial y empresario. En numerosas ocasiones ha ejercido como tenzo en el templo Luz Serena.

Plazas limitadas 
Información e inscripción 
Templo zen Luz Serena 
luzserena@luzserena.net 
96 230 10 55

La cocina no es un misterio, cuanto más corazón pongamos en ella, más corazón tendremos. Para dar vida a la cocina, damos nuestra vida. Dando nuestra vida voluntariamente no la perdemos. Lavar, pelar, cortar, cocinar, explorar formas de dar vida a nuestra vida, sin saber de antemano qué hacer, ni cómo, practicando, descubriendo por su textura lo que no se conoce por el calor y las ansias, sin obligarse a una forma dada, sin insistir en que es la única forma posible, por muy correcta que sea, abrirse a la percepción de las diversas posibilidades, de formas alternativas de dar vida a nuestra vida. Percibir nuestra mano izquierda, nuestra espalda, los dedos de nuestros pies, percibir nuestra respiración, nuestros movimientos, nuestra actitud; esta es nuestra libertad, esta es nuestra sabiduría. El misterio está en que es posible hacer lo que no sabemos cómo hacer.” 

Edward Brown, ex-tenzo de Tassajara

jueves, 5 de mayo de 2011

VIVIENDO EL AHORA



Durante la estancia en el Templo, no existía mas tiempo que el inmediato, y curiosamente la sensación al segundo día era como haber estado allí toda la vida. Esa experiencia ha quedado en mi, ahora cada momento del día está lleno de presencia en toda la casa, en cada circunstancia. No planifico, voy actuando resolviendo paso a paso..  no hago proyectos, obro en consecuencia y pongo todo mi entusiasmo. Haciendo esto, se ha disuelto todos los pensamientos relacionados con experiencia pasadas a las que estaba apegada..  ahora veo mi casa reluciente, preciosa, un paraíso. Y mi mente como una mariposa, ya no me domina.  

CEREMONIA DEL TÉ



No tuvimos ceremonia del Te pero tuvimos comida en Orioki, que es aun mas intensa.
Espero encontrar un video para poder aprender con exactitud.Orioki libera del acto de comer, hace que comer en común unión nos haga tomar conciencia de que dependemos de todos los seres que nos rodean, y que el alimento nos nutre, sana y purifica. 

miércoles, 4 de mayo de 2011


UN DESCUBRIMIENTO PARA MI HA SIDO LA TRADICIONAL COMIDA EN ORIOKI
Cada mañana realizo algo similar, con los elementos que tengo en casa, pero con la misma actitud de reverencia. Espero aprender a realizarlo como mandan los cánones. De momento encontré este articulo muy interesante sobre el mismo tema.





Se dice que una comida es rica cuando está hecha con amor. Quizá por eso la comida de la madre o, mejor aún, la preparada por la abuela es siempre la más apetecible. Pero ¿cómo se puede palpar el amor en un plato de canelones o en un pan recién amasado? ¿De qué clase de amor estamos hablando? 


La vida misma del Buda puede echar algo de luz al respecto. No es que el Buda haya propuesto un plan alimentario, pero su experiencia y conocimiento de la avidez del corazón y de los desórdenes del deseo han sido “inigualables”, según palabras de Ronna Kabatznick en el libro El zen de la alimentación.

Siddharta Gautama, más conocido como el Buda (el iluminado), Sakyamuni (el sabio de Sakya) o Tathagata (el perfecto), vivió unos 500 años antes de nuestra era en la India. Hijo de un príncipe que dominaba el territorio de Sakya, cerca de la frontera con Nepal, creció en una vida de lujos, comodidades y abundancia. Todo lo que él pedía era satisfecho en el acto. 
Durante años, Siddharta vivió dentro del palacio, entregado a los placeres más mundanos, sin preocupación alguna. Pero la leyenda dice que en tres oportunidades salió del palacio, y el encuentro con la vida revolucionó su mundo interno. Primero, se encontró con un viejo hambriento que apenas podía caminar. 

En la segunda salida, conoció a un hombre enfermo de peste negra a punto de morirse. Y en la tercera, se encontró frente a un cortejo fúnebre y tomó conciencia de la muerte por primera vez. A partir de allí, todo el placer que podía obtener a pedir de boca ya no pudo satisfacerlo. Entonces decidió dejar ese mundo de abundancia material. 
Durante un tiempo, buscó en el otro extremo la respuesta que apaciguara su inquietud. Se ejercitó en la ascesis, hizo ayunos, practicó distintas disciplinas yóguicas, hizo mortificaciones y se aisló en un páramo durante seis años. Hasta que descubrió que ese tampoco era el camino para el conocimiento del sufrimiento humano. Entonces, decidió escapar de los extremos –de la ascesis y los placeres mundanos– y centrarse en el camino medio. Aceptó un pastel de arroz que le ofreció una joven, se sentó al pie de un árbol y decidió no levantarse. Se concentró en el presente y en su interior. Así sobrevino la iluminación. 

A partir de ese momento, Buda se dedicó a explicar la naturaleza humana mediante cuatro Nobles Verdades que, como dice Kabatznick, podrían ser consideradas recetas para alimentar el corazón: 
1. La vida es sufrimiento. 
2. La causa del sufrimiento es el apego al deseo. 
3. El sufrimiento cesa al dejar de apegarse al deseo. 
4. Hay un camino para abolir el sufrimiento. 



En este camino, Buda plantea ocho pasos que conducen al practicante a la liberación definitiva. Sin explayarnos en detalle acerca de ellos, podemos rescatar algunos conceptos que resumen la necesidad de “no matar ni hacer daño a ningún ser viviente”. Lo cual implica comprensión, compasión, tolerancia y amor en todos los ámbitos de la vida. 



El amor del cocinero 
Procurad que ni una sola gota del océano de los méritos se os escape. 
–Dogen 
Desde su nacimiento en India hace unos 2600 años, el budismo se expandió a China y a casi todo el mundo asiático en forma de distintas escuelas, que respondían a su división en dos grandes ramas: Pequeño Vehículo (hinayana) y Gran Vehículo (mahayana). El budismo mahayana se extendió hacia el norte de la India por Corea, China, Japón, Mongolia y el Tíbet. Siguiendo esa línea, el maestro Eihei Dogen introdujo el budimo zen en Japón en el siglo xiii. Y será tal vez porque Dogen tuvo una de sus mejores experiencias de vida en un viaje a China en el que conoció a varios cocineros que el zen, a diferencia de la mayoría de las escuelas budistas, considera a la comida y al mismo acto de cocinar tan relevante como la meditación misma.
El texto en el que Dogen volcó la sabiduría que había encontrado en esos viejos monjes chinos se llama Tenzo Kyokun. Instrucciones al cocinero de un monasterio zen. Allí se insiste en que el cocinero no es cualquier persona, sino alguien con los suficientes años y sabiduría como para poder ocuparse de la alimentación de todos los monjes del monasterio. Para ser tenzo (cocinero) hay que tener tres corazones: ki-shin, el de la alegría; dai-shin, el gran corazón, y ro-shin, el corazón de la abuela, que da sin discriminación a todos los chicos que le piden. Porque cocinar es estar dedicado a los otros. Pensar qué alimentos ofrecerles para ayudarlos en su práctica religiosa. Levantarse antes y acostarse después que los demás.




Pero más allá de los alimentos o los platos que ofrezca, de la comida misma, lo más importante para el tenzo es el espíritu que envuelve su cocina, desde el momento en que se piensa qué cocinar, se eligen los productos, se los limpia, se los cuece y se los sirve a la mesa con total dedicación. Y el espíritu no es otro que el del zazen, la meditación sentada característica del budismo zen. 

Dogen cuenta que estando todavía en China, en el barco en que había llegado de Japón, se acercó un monje que quería comprar champiñones a los comerciantes japoneses. En una conversación con té de por medio, se enteró de que el tenzo, que tenía 70 años, había recorrido 20 kilómetros desde su monasterio buscando champiñones para una sopa de fideos. Sorprendido por que una persona mayor hubiera hecho ese trayecto solo para comprar un producto y volver a preparar la comida del día siguiente, Dogen le ofreció pasar la noche en el barco. El tenzo no aceptó. “No estaría bien si no vigilara yo mismo la cocina”, le replicó antes de marcharse. 

Esta es una de las primeras enseñanzas que Dogen ofreció a los cocineros. Estar presente en todo el proceso que va a llevar el alimento a la mesa. Concentrado en cada uno de los detalles y teniendo presente también quiénes comerán sus alimentos, el tenzo logra transmitir ese amor a la comida. 
¿Puede practicarse esta forma de cocina justamente hoy, en medio de un ritmo más que agitado, cuando hay que tener varios trabajos para poder vivir y las mujeres padecen una doble jornada laboral trabajando fuera y dentro de la casa? Hay dos opciones. Podemos considerar el mandato de “estar presente” como una tarea sumamente ardua y quejarnos de ella, o simplemente disponernos a ir al mercado y comprar lo necesario para cocinar y poner las manos en la masa. Tal vez ni siquiera lleve más tiempo adoptar un modo más espiritual de cocinar que hacerlo a las apuradas pensando en todo lo que se tiene que hacer al día siguiente. 

Al hacer las compras, por ejemplo, en los monasterios budistas zen se aconseja mirar y elegir la verdura con plena conciencia. Los alimentos deben ser frescos y de buena calidad; de cualquier manera, esto no implica que haya que comprar productos lujosos. El cocinero debe lograr la mejor comida posible con los productos disponibles. La cocina monástica no hace grandes manifestaciones de abundancia: la generosidad está más bien en el cuidado con que se prepara cada plato. Y el tenzo debe cocer exactamente la cantidad de comida que cree que comerá la sangha (comunidad). 

Luego, durante la limpieza, no hay que desperdiciar ni un grano de arroz. “Una vez que estos productos están en sus manos, deben cuidarlos como a la niña de sus ojos”, recomienda Dogen. El tenzo y sus ayudantes preparan la comida en silencio. El tenzo tiene una tarea educadora ante quienes lo ayudan: debe generar un clima de concentración sin tensión. Porque el espíritu de la cocina (kio) se transmite a la comida. Por eso, los monjes no deben charlar ni hacer ruido y menos pelearse durante la preparación. No debe haber nada más importante en ese momento que la lechuga que se aviva bajo el agua. Dogen aconseja:

“Cuando laven el arroz o las legumbres, háganlo con sus manos, en la intimidad de su propia mirada, con diligencia y conciencia, sin que su atención se relaje un solo instante”. 

No hay que ser monje para conocer los resultados de la falta de concentración en la cocina; de atender el teléfono mientras el guiso se cuece y los chicos tiran de la pierna del pantalón. El error viene de la falta de concentración. Y no es que equivocarse sea pecado, dice el budismo zen; sólo nos muestra cómo estamos interiormente. Tampoco es por un afán de perfeccionismo que se busca la concentración. Ni sirve de nada preocuparse, discutir o disculparse. Si hay un error, simplemente debemos repararlo.
Una historia cuenta que mientras el tenzo estaba preparando una guenmai (sopa de arroz), una serpiente cayó en la olla. Cuando el tenzo sirvió la guenmai al maestro, la víbora estaba justo en su cuenco. El maestro preguntó: '¿Qué es eso?”. Entonces, el tenzo tomó la víbora y se la comió. 



Comer a conciencia 
Un hombre debe desarrollar su conciencia acerca de las cosas más triviales. 
Por ejemplo, al comer debemos estar concientes de lo que comemos, incluso de los ingredientes del plato, y de cuándo hemos comido lo suficiente... 
Una persona que lee mientras come no está verdaderamente atenta ni a la lectura ni a la alimentación. 
–Doctor Saddahatissa, profesor de budismo de la Maha Boddhi Society, Inglaterra. 
Es común oír la frase “¿come para vivir o vive para comer?” cuando una persona le presta demasiada atención a la comida. En la cocina monástica, tal dicotomía no existe. Allí, lo sagrado depende de una íntima relación con los alimentos.



Desarrollar la conciencia necesaria para reconocer el momento exacto en que se debe sacar una torta del horno no es algo que se aprenda con el primer intento. El aprendiz seguramente hará unas cuantas tortas quemadas, desinfladas o crudas antes de lograr la que tenga la consistencia justa. Por eso, se dice que aprender a cocinar es como aprender a vivir. 
En una historia zen, un discípulo pregunta: 
—Todos los días nos vestimos y comemos. ¿Cómo podemos dejar de vestirnos y de comer? 
Y el maestro responde: 
—Nos vestimos, comemos. 
—No comprendo. 
—Si no comprendes, vístete y come. 

La vida cotidiana es terreno fértil para esta conciencia. La cocina no es un medio que quita tiempo a las actividades importantes de la vida. Es un fin que en sí mismo nutre corporal y espiritualmente. Es que cada tarea diaria exige al practicante un encuentro consigo mismo y con el cosmos, aunque ese uno mismo sea muy distinto del que se concibe en Occidente. “No hay un yo que se aniquila en la muerte, como tampoco hay un yo que vuelve a nacer después de aquella”, explica el filósofo Martín Zubiría en Doctrinas sapienciales de la antigüedad clásica en el Lejano Oriente. Confucio, Laudes, Buda. “El yo es un nombre meramente convencional que sirve para designar el proceso de las formas psicofísicas de la existencia que se transforman sin cesar. El individuo es sólo un conglomerado de fenómenos transitorios, que pertenecen no al yo, sino, por el contrario, al ámbito del no yo (anattä). De allí que el budismo exija de sus adeptos una clara comprensión de estas cosas para liberarse del ‘delirio del yo’ y alcanzar finalmente la fase suprema de la redención, llamada nirvana.” 

En la misma línea, el sacerdote Edward Espe Brown, en su libro La cocina zen, propone preguntarse: ¿qué gusto tiene el tomate? Ser capaz de hacerse esa pregunta e intentar responderla puede ser el comienzo del camino. Si no somos capaces de percibir “la vibración jugosa, lujosa y carnosa esencial del tomate”, concluye, algo en nosotros se quiebra, el corazón se encoge y también nosotros “estamos secos y harinosos”, ya que buscamos afuera algo que nos haga sentir plenos. 
El refrán popular “estómago lleno, corazón contento” daría cuenta de ese buscar la saciedad en el exterior. Para el budismo, en cambio, ningún alimento en sí mismo puede calmar el hambre que hace que el ser humano se sienta vacío. Por eso se dice que aunque sea austera, la cocina monástica puede llenar mucho más que un plato suculento.





Rituales en el monasterio 
En los monasterios zen siguen manteniéndose ciertas tradiciones en torno a la comida y a todos los aspectos que rigen la vida en comunidad: el baño, la limpieza, el trabajo. La disciplina monacal es rígida en cuanto a horarios y actividades. Y en ella abundan los rituales, himnos y oraciones (mantras). 
Ricardo Dokyu, quien vivió durante cuatro años de la década de 1990 en Eiheiji, el templo matriz de la Escuela Soto del budismo zen, cuenta que su día empezaba a las 4.30 de la mañana en invierno y a las 3.30 en verano. Allí se dice que el día comienza cuando uno todavía no puede verse las líneas de las manos, aunque según las responsabilidades de cada monje esto puede variar. El encargado de las ofrendas (comida para los mausoleos), por ejemplo, se levanta dos horas antes, o sea 1.30 o 2.30 de la madrugada, según la estación del año. Y el tenzo se levanta tres horas antes del desayuno para ponerse a cocinar, ya que la comida debe ser del día y suele llevar varias horas. 

Un día en el monasterio comienza con zazen y termina con zazen, la postura sentada típica de los monjes budistas. Son meditaciones que suelen durar 40 minutos. Explicar la postura es difícil si no se la presencia. “Zazen es un puente para llegar a uno mismo”, explica Dokyu. O sea que la primera de las actividades es vestirse y hacer zazen en la sala de monjes (sodo). Luego se realiza una ceremonia en la que se leen sutras y distintas oraciones dedicadas, por ejemplo, a la prosperidad del país, a pedir protección para el templo o sabiduría para todos los seres. 
Como los monjes meditan, duermen y comen en el sodo, no hay mesas ni sillas que den lugar a un gran despliegue de alimentos y bebidas. Desayuno, almuerzo y cena llegan en un solo cuenco, llamado orioki, envuelto en un paño. Con el cuenco ya servido en la mano, se entonan las cinco estrofas llamadas Go kan no ge (cántico de las cinco observaciones): 

“Primero, esta comida llegó a nosotros a través de innumerables labores. Debemos reflexionar sobre esto. 

Segundo, así como recibimos esta ofrenda debemos reflexionar si somos merecedores de ella en función de nuestra virtud y práctica. 

Tercero, así como deseamos la condición natural de la mente para estar libres de apego, debemos estar libres de codicia. 

Cuarto, recibimos esta comida como un buen remedio y para curar nuestro cuerpo. 
Quinto, ahora recibimos esta comida para realizar el Camino.” 

Y con el espíritu que emana de estas oraciones se come en silencio para estar concentrado en uno mismo y mantener la práctica. 

El desayuno tradicional se llama okayu. Es una papilla de arroz, que se acompaña con pickles y se condimenta con gomasio. Además, hay un platito con verduras hervidas o prensadas y cocinadas con sal. Después de desayunar, se hace una limpieza general del establecimiento. Y luego viene el trabajo (samu), tarea que hacen todos los monjes juntos; por ejemplo, limpiar el jardín que rodea al monasterio o, en Japón, quitar la nieve en invierno.
A las 11.30 se almuerza, repitiendo las oraciones. Esta estricta práctica de rituales para comer, bañarse o trabajar sirve, según explica Dokyu, “para recordar por qué uno hizo abandono del mundo y entró al monasterio; por qué se rapó la cabeza. Así como uno se lava el rostro y come todos los días, esto sirve para recordarse que la práctica es todos los días y a cada momento”. 

Tanto en el almuerzo como en la cena, el plato típico es la sopa de misó (que significa fuente de sabor), una pasta aromatizante fermentada, hecha con porotos de soja y/o cereales y sal marina. Y dos o tres platos de verduras. En verano puede haber más frutas, aunque todo depende de las donaciones que lleguen al monasterio. 
Por último, la cena es a las 17.30, después de haber hecho otra sesión de samu o de haber participado de enseñanzas. Y nunca hay límites para la cantidad de comida, pero nadie debe servirse ni aceptar más de lo que considera estrictamente necesario. Debe ingerirse la totalidad de lo que se ha servido en el cuenco, que al finalizar cada uno enjuagará con agua tibia para tragar hasta el último resto de alimento. Es decir, el cuenco debe quedar vacío, sin desperdiciar absolutamente nada. 



El camino de la vida diaria 
Fuera de los monasterios, la práctica suele distender sus límites. En particular, la tradición del maestro Taisen Deshimaru, el discípulo de Kodo Sawaki que introdujo el zen en Francia, impulsó a los monjes a integrarse a la vida en sociedad.

A simple vista, la rutina de esta comunidad monástica no difiere demasiado de la que podría llevar cualquier persona: los monjes se casan, tienen hijos, trabajan, van al cine. La diferencia, además de la práctica diaria de la meditación, es que cada verano y durante los fines de semana largos hacen una práctica intensiva (sesshin). En la Argentina, la comunidad del maestro Kosen, discípulo de Deshimaru, tiene su campo de verano (ango) en Capilla del Monte, Córdoba. Allí se encuentra el templo Shobojenji, creado en 1999.

 Aquí en España tenemos a Dokusho Villalba, discipulo directo tambien, que dirige el Templo Zen Luz Serena en Requena, Valencia.

Durante los períodos de sesshin, la rutina es bastante parecida a la de los monasterios. La comunidad mantiene una dieta vegetariana, hecha de platos ligeros y simples para facilitar la práctica de zazen. “Si el tenzo hace una comida pesada, la gente se duerme durante el zazen y el ambiente en el campo de verano no es bueno. Si hace una comida que enferma a la gente, tampoco es bueno”, explica Henri Mouillefarine, tenzo de la comunidad del maestro Kosen. 


También se mantienen rituales heredados del propio Dogen. En el momento en que la comida está en las bandejas y a punto de servirse, el tenzo hace nueve prosternaciones (pai) y canta distintos sutras. Cuando están todos sentados, enciende un incienso frente al Maestro en ofrenda al Buda. 

En el desayuno se come siempre guenmai, una variación del okayu. Y en el almuerzo y la cena, distintos platos que combinan verduras con cereales. También algunos con proteína vegetal como tofu o saita. “Cocinamos cosas ricas, no es necesario hacer cosas ‘duras’. Sí hacer comida simple y sabrosa. El zazen es bastante duro; entonces la comida es un momento de relajarse y estar juntos. No estamos en Japón”, dice Mouillefarine. 



El principio de la no violencia 
Tanto en el monasterio como en los retiros nunca se come carne. Se trata de una dieta vegetariana basada en la noción de shoshinriori (iori es comida; shoshin, puro). “Es comida pura, hecha con el corazón, para avanzar en nuestro entrenamiento, no para satisfacer el deseo personal de comer”, sostiene Dokyu.


Pero ¿qué pasa fuera de la vida monástica? ¿El budismo zen es sinónimo de vegetarianismo? No necesariamente. 
La comunidad de Deshimaru tiene una especie de rito de pasaje de la vida ascética y monacal a la cotidiana. Al final del sesshin o del campo de verano, cuenta Mouillefarine, hay un último almuerzo que Deshimaru denominaba sayonara (adiós). Es la oportunidad para que los practicantes prueben una cocina más elaborada, que puede incluir carnes, pescados y hasta bebidas alcohólicas. Es la despedida del período intensivo de zazen y la vuelta a la vida cotidiana, en la que cada uno es libre de hacer lo que le plazca. 

Algunos budistas plantean que para el Buda comer carne era apoyar el sacrificio, algo que está en contra del principio de no violencia. Según este principio, la causa de la agresión de los humanos entre sí es la forma en que tratamos a los animales. Por lo tanto, llevar una dieta vegetariana produciría menos irritabilidad y agresión en quienes la consumen y haría más pacífica a la humanidad. “Que se abstenga de comer carne el bodhisattva que está disciplinándose para lograr la compasión”, habría dicho el Buda. En ese sentido, el maestro zen estadounidense Philip Kapleau explica en El respeto a la vida que el precepto budista de “no matar” encierra la necesidad de respetar a todos los seres vivientes sin discriminación. Y llega a cuestionar la leyenda que dice que el Buda murió por comer cerdo, y aduce un error de traducción.
Para otros, sin embargo, el Buda practicó el vegetarianismo pero no lo predicó. Argumentan que iba con su cuenco a la práctica de la mendicidad (takuhatzu) y recibía sin discriminar a nadie; por eso habría muerto al comer cerdo ofrecido por una seguidora. En esa línea y desde su experiencia personal, tanto Dokyu como Mouillefarine explican que fuera del monasterio o de las prácticas de retiro, cada uno es libre de seguir la alimentación que prefiera. “De algo nos tenemos que nutrir, y el arroz también es un ser viviente, no solo la carne”, argumenta Dokyu. “Por eso tenemos la idea de servirnos solo lo necesario: aun sabiendo que a este o a aquel ser lo estás matando, tomas lo necesario para poder continuar con la práctica.” 



La ceremonia del té 
Cuando el agua hirvió, sólo corrió un poquito la tapa de la tetera y se sentó con la vista fija en el brasero. 
–Yasunari Kawabata 
Una leyenda cuenta que Bodhidharma, quien introdujo el budismo en China, estaba tan cansado tras años de práctica que los párpados se le cerraban cada vez que se sentaba a meditar. Enojado, un día se los cortó y los tiró al suelo. Sus párpados florecieron y dieron origen a la primera planta de té. 

Históricamente, Lu Wu es considerado el pionero de la ceremonia del té. Después de años de preparar y servir té en un monasterio, escribió su Libro del té durante el siglo viii d. C. En esa especie de Biblia budista llegó a describir con sutileza asombrosa tres puntos de ebullición distintos: el primero, cuando “pequeñas burbujas flotan como ojos de pez en la superficie del agua”; el segundo, cuando las burbujas “se convierten en perlas de cristal que pulverizarían una fuente”, y el tercero, cuando “al pequeño maremoto de la tetera es preciso verterle un cacillo de agua fría que le devuelva la juventud a la vieja agua y asiente el té”. 

Luego, los primeros monjes zen concibieron el consumo de esta infusión como un rito litúrgico. Lo tomaban del mismo tazón pasándolo de mano en mano como si de un sacramento se tratara. “El arte del camino del té consiste simplemente en hervir el agua, preparar el té y beberlo”, decía el maestro Rikyu. Tan simple y a la vez tan complejo como transitar un camino interior que no se deje influenciar por lo externo. Un camino tan sencillo e intrincado como la vida. 

En Mil grullas, la novela del premio Nobel Yasunari Kawabata (publicada por entregas entre 1949 y 1951), el joven Kikuji, hijo de Fumiko, un experto en la ceremonia del té, hereda las obsesiones amorosas de su padre, de las cuales disfruta y también es víctima. Enfrentados a través de los tazones de té, padre e hijo viven, en distintas épocas, una realidad sagrada dentro de “la casita del jardín” (como llamaban a la Casa de Té del padre), ubicada en la ciudad de Kamakura; la cercanía del templo zen Engakuji parece respirarse en la trascendencia que el relato otorga a cada gesto, movimiento o suspiro.


Es que como el zen, el Arte del Té (Cha do o Cha no Yu) se basa en la constante atención a la sencillez. La sala donde se lleva a cabo la ceremonia (sukiya) es una pequeñísima habitación despojada de toda ornamentación. Tal vez un pequeño mueble sea lo único que rompa el vacío de su interior. La austeridad, la extrema limpieza, la escasez de lo superfluo, que reproducen el espíritu monacal, permiten la captación intuitiva de la realidad. “Cuando se vierte el agua en la tetera o se sirve en la taza, no solo es el agua lo que vertemos sino muchas otras cosas, positivas y negativas, que el practicante deberá limpiar mientras ejecuta cualquier paso de la ceremonia caminando hacia la pureza. Solo una mente pura, serena y libre de perturbaciones emocionales podrá gozar mediante el arte de la sabia soledad de lo absoluto”, describe José Javier Fuente del Pilar, en el prólogo a El libro del té, escrito a fines del siglo xix por Kakuzo Okakura. 

La ceremonia del té no es solo un ritual estético o protocolar, es un acto ético y religioso en el que se expresa el concepto integral de hombre y naturaleza que encierra el zen. En Japón, de aquellos a quienes les falta sensibilidad para advertir la tragedia y la comedia que componen la vida se dice que “les falta té”, según afirma Okakura en su libro: “Quienes sean incapaces de sentir en su interior la pequeñez de las grandes cosas tampoco podrán distinguir ni calibrar en su vida la gran magnitud de las pequeñas... Esperemos el gran Avatar (reencarnación de Dios). Mientras tanto, saboreemos una taza de té. La luz de la tarde ilumina las cañas de bambú, las fuentes cantan melodiosas, el suspiro de los pinos crepita ante la tetera. Dejémonos arrastrar por la fascinante sencillez de las cosas”. 

En los años setenta del siglo xx, alguien dijo que lo pequeño es hermoso. No era un monje sino el economista Ernst Fritz Schumacher, quien miraba con preocupación los efectos de las grandes escalas sobre el medio ambiente y la calidad de vida, y propiciaba una vuelta a la escala humana: empezar por cambiar nuestro interior para cambiar el mundo. 



El condimento zen 



¿Tienen los cocineros zen, como la mayoría de los chefs, algún secreto guardado bajo siete llaves? En una clase de butoh, danza moderna japonesa, la profesora Rhea Volij estimula a los estudiantes: 

“Somos monjes budistas que recogemos el rocío de las hojas. Hace años que madrugamos y hacemos lo mismo. Conocemos lo que tenemos que hacer para que la gota caiga exactamente en nuestras manos. Estamos horas recogiendo esas gotas y la vida se nos va en eso. Nuestra vida es recoger cada mañana las gotas de rocío. Cuando llega el mediodía, nos sentamos de cara al sol y dejamos que este vaya secando las gotas una a una hasta dejar secas nuestras palmas”. 

La cocina sagrada requiere el amor y el desprendimiento de un monje. No importa que luego las gotas de rocío se sequen: él no está pensando en ello en el momento de juntarlas. Lo único que intenta es que cada una de esas ínfimas gotitas tenga un lugar en la palma de su mano. Amorosamente, el monje cuida que ninguna resbale hacia el abismo mientras él sigue con su tarea. Y de la misma manera deja que desaparezcan de sus manos cuando es momento de que el sol actúe. 

Se puede decir que no hay secretos guardados en este tipo de cocina. El secreto está a la vista. Es sólo cortar, limpiar, cocer, servir y comer cuidadosamente. La condición básica es la observación de lo obvio: que las zanahorias tardan más que las papas en cocinarse, que el horno calienta más abajo que arriba. Esa madurez espiritual convierte cada momento en un acto trascendente e iluminador. 


Así es el amor budista por la cocina, un amor desapegado pero infinitamente conectado con cada uno de los estados por los que pasan los alimentos.

 Fuente: ARTEMISA NOTICIAS - 17-11-2006 


martes, 3 de mayo de 2011

SUIBOKU SPACE ~然(ZEN)~




LAS SEIS "PARAMITAS"



El término paramita se traduce generalmente por perfección o virtud, pero su significado es más bien disciplina para el logro de la Iluminación.
La primera de estas disciplinas para el logro de la Iluminación es dana (la generosidad). Según la tradición mahayánica se puede ser generoso en muchas maneras, que van desde las más toscas hasta las más sutiles y refinadas. Lo primero y más obvio que se puede dar son las cosas materiales: comida, cobijo, y otras cosas. En segundo lugar está dar educación y cultura. La tercera forma de generosidad es psicológica: dar la intrepidez. Muchísima gente padece sentimientos profundos de inseguridad y el Bodhisattva tiene que resolver esos sentimientos; es como si él tuviera que ser algo así como el psicoterapeuta en el plano transcendental. En cuarto lugar, el Bodhisattva da también el Dharma, la Verdad. Por esto no se entiende darle a la gente un folleto y decirle “toma para que lo leas”. Dar el Dharma es compartir tu compresión de la verdad en la medida que la conoces y, mostrar, quizás, la mayor compresión de aquellos de más experiencia. Por último se da aquello que incluye a todo lo demás, se da uno a sí mismo en las relaciones con los demás. No simplemente se da una parte de sí reservando el resto. El Bodhisattva puede decir, tomando las palabras de Walt Whitman: Cuando doy, me doy a mí mismo.
Muy probablemente, ésta es la enseñanza en la que los budistas orientales han puesto más empeño; no han aprendido sólo a ser generosos, sino a ser abrumadoramente generosos. Ellos practican generalmente alguna forma de generosidad diariamente. 
Quizá aún tendrá que pasar tiempo para que el budista occidental se vea poseído de este espíritu de generosidad. No obstante, la generosidad es una virtud que cualquier budista que practica, o cualquier aspirante a Bodhisattva, necesita desarrollar. En los países del Mahayana dicen: no importa si no sabes meditar, no importa si no sabes leer o comprender las escrituras; por lo menos puedes dar. Si no puedes hacer eso, no te encuentras en el camino a la Iluminación en sentido alguno.
La segunda disciplina, sila, es desafortunadamente traducida como moralidad, pero la traducción literal es honestidad. Esta disciplina se centra en aspectos de la conducta del Bodhisattva por medio de preceptos o directivas que pueden ser aplicadas a cualquier acto del cuerpo, del habla y de la mente. El Bodhisattva trata cuidadosamente de no dañar ni aun al ser más insignificante de todos los seres. Puesto de forma más positiva, él o ella practica lo que Albert Schweiter llama la reverencia por la vida. El Bodhisattva reflexiona así: “Yo no he creado la vida, tampoco puedo remplazarla una vez destruida, por lo tanto no tengo derecho a tomarla o dañarla en modo alguno”. Teniendo esto en cuenta, el Bodhisattva trata de ser vegetariano en la medida que puede. El segundo precepto seguido por el Bodhisattva es expresado así tradicionalmente: compromiso a abstenerse de tomar lo que no se me ha dado. En otras palabras, uno se abstiene del robo o cualquier tipo de fraude. Al observar el tercer precepto, uno se compromete a abstenerse de la conducta sexual incorrecta. Estos son los preceptos que se refieren a la ética de los actos corporales.
El cuarto precepto da directivas sobre la ética del habla. El Bodhisattva no sólo se compromete a decir la verdad, sino a decirla también con gran amor y afecto, teniendo en cuenta los sentimientos y las necesidades de quien le escucha. Además, tanto si habla con una persona como con varias, el Bodhisattva habla de forma que promueva la armonía, la concordia y la unidad. Resumiendo, el Bodhisattva practica la verdadera comunicación.
La ética budista no se interesa solamente en los actos del cuerpo y del habla, se interesa también en los actos de la mente. Por consiguiente, el quinto precepto concierne a la preservación de la atención consciente con todo lo que eso implica (consciencia plena, vitalidad, mente alerta, presencia mental... etc.) La práctica de este precepto conlleva evitar cualquier cosa que disminuya la atención consciente. Tradicionalmente esto se refiere a los excesos con el alcohol y las drogas, pero cualquier cosa que pueda usarse como una droga podría añadirse a la lista.
La tercera práctica del Bodhisattva es ksanti. Es difícil traducir ksanti con una palabra específica ya que quiere decir varias cosas. Quiere decir paciencia: paciencia con la gente y con las cosas que no van bien. Quiere decir tolerancia: permitir a los demás que tengan sus propias ideas, sus propios pensamientos, sus propias creencias e incluso sus propios prejuicios. Quiere decir amor y amabilidad. También quiere decir franqueza, predisposición a comprender las cosas y, especialmente, la receptividad a verdades espirituales superiores. Es muy difícil ser verdaderamente receptivo. Incluso cuando oímos algo crucial, desde el punto de vista espiritual, es muy posible que no lo comprendamos realmente. Es probable que lo recibamos a nivel intelectual, que juguemos con la idea pero sin permitir que descienda a las profundidades de nuestro ser. Los prejuicios y las emociones negativas la detienen a mitad de camino. Existen tantas barreras, tantos obstáculos que ha de superar ksanti.
La cuarta paramita es virya, la energía o el vigor que persigue lo bueno. La virya es primordialmente el esfuerzo para desechar emociones negativas tales como el odio, los celos y la avaricia; y fomentar emociones positivas tales como el amor, la compasión, la alegría y la paz. Esto significa la práctica de los Cuatro Esfuerzos: prevenir que surjan estados de consciencia torpes, erradicar los estados de consciencia torpes que han surgido, hacer que surjan los estados de consciencia hábiles, y, finalmente, mantener los estados de consciencia hábiles que han surgido. La virya nos es sólo necesaria para practicar este tipo de esfuerzo, sino que los es también para practicar todas las disciplinas que conducen al logro de la Iluminación; incluso para la práctica de ksanti; de hecho, sin energía no se puede hacer nada.
La quinta paramita, samadhi, nos presenta también con otro término intraducible. Este término tiene tres niveles distintos de significado. En un nivel quiere decir concentración, en el sentido de la unificación de las energías psíquicas, el enlace de todas las divisiones en nuestro ser. Luego está samadhi en el sentido de la experiencia personal de niveles de consciencia cada vez más altos, es le tipo de experiencia que se tiene en meditación. Este nivel de samadhi incluye el desarrollo de lo que la tradición budista llama poderes supranormales - la telepatía, la clarividencia... etc. En su tercero y superior sentido, el samadhi es la experiencia de la Realidad misma, o como mínimo la receptividad a la influencia directa de la Realidad. Esta experiencia podría comenzar con destellos de Visión Clara - quizá del tipo que los tuvo William Blake cuando “vio el mundo en un grano de arena”.
La disciplina sexta es la prajna, la sabiduría. La tradición budista menciona tres tipos de sabiduría. El primero es la sabiduría que se obtiene escuchando a maestros del Dharma y leyendo las escrituras - la sabiduría obtenida de segunda mano, por así decir. El siguiente tipo es la sabiduría que se obtiene reflexionando sobre lo que hemos oído y aplicando nuestro propio pensamiento a ello. El tercer tipo de sabiduría surge cuando meditamos sobre nuestras reflexiones y coincide con el nivel superior del samadhi. La sabiduría en este último sentido tiene cuatro niveles. Las verdades que revela son profundas y sutiles por lo que sólo puedo mencionarlas con brevedad en esta ocasión. En primer lugar desarrollamos la sabiduría que ve que la existencia condicionada, lo mundano, es esencialmente doloroso e insatisfactorio (dukha), transitorio (anitya) e insustancial o carente de ser (anatman). En segundo lugar, vemos que el Nirvana, lo Incondicionado, carece de sufrimiento, transitoriedad e insubstancialidad, y que a su vez, posee las características opuestas - el gozo y la felicidad, la permanencia, o eternidad, y el verdadero ser. Con el surgimiento del tercer nivel de sabiduría vemos que la distinción misma entre lo condicionado y lo Incondicionado es sólo provisional - al ser esta distinción parte de la estructura del pensamiento, al final no es válida. Con este tipo de sabiduría vemos la vacuidad de la distinción entre lo condicionado y lo Incondicionado. Con el cuarto tipo de sabiduría, el cual ha sido desarrollado particularmente en el budismo Zen, vamos todavía más lejos. Vemos la vacuidad del concepto mismo de la vacuidad: la vacuidad o la relatividad de todos los conceptos, incluso aquellos del budismo.
Estas son, pues, las disciplinas que ha de practicar elBodhisattvaTodas juntas constituyen quizá la forma de vida más noble jamás propuesta a la humanidad; un esquema completo y perfectamente equilibrado para el desarrollo espiritual. La generosidad y la honestidad proporcionan respectivamente el aspecto de la consideración por los demás y el de la consideración por uno mismo; el altruismo y el interés por uno mismo. La paciencia y el vigor proporcionan el desarrollo de las virtudes femeninas y el de las masculinas. La meditación y la sabiduría proporcionan las dimensiones internas y externas, los aspectos subjetivos y objetivos de la experiencia de la Iluminación.






lunes, 2 de mayo de 2011

SONIDOS DE FLAUTA JAPONESA



LOS 4 SUEÑOS DE LUZ SERENA



Durante mi estancia en el Templo tuve 4 sueños todos en una misma noche, la ultima, la noche del día 23 de Abril de 2011.

En el primer sueño un hombre se ahoga al intentar bajar de la barca donde venia, el agua es oscura, el chico que intento ayudarle se salva, el hombre se ahogó.

Siento especialmente gratitud al ver aque muerto flotando, como si me hubiera liberado de una gran carga.

En el segundo sueño me siento feliz como nunca jugando con un hermoso bebé que acabo de tener, mi hijo observa algo celoso, le invito a que juegue como un hermano.

Siento amor, alegría y gratitud por este nuevo nacimiento, como si algo muy bueno estuviese a punto de suceder, o quizás ya ha sucedido. 

En el tercer sueño, me sorprendí de estar soñando un espacio en color y tres dimensiones, dije " este es nuestro sitio", mientras jugaba en las arenas blancas de una playa de aguas transparentes y tranquilas, con rocas de formas y colores preciosas.

Siento que estoy en mi espacio con alguien, no puedo ver su cara, pero noto su presencia. 

El ultimo sueño, pregunto al Maestro Dokousho que día partiré, el me muestra en un papel el numero 25.

Efectivamente, ese día tomé el tren de regreso.

Creo que es el augurio de una nueva y buena etapa en mi vida, reconciliada y en Paz con mi espiritualidad. Veo en estos cuatro sueños la promesa de reconciliación conmigo y los demás, veo serenidad y rejuvenecimiento, veo liberación definitiva del apego que me tenia a la deriva.